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lunes, 30 de julio de 2018

Todas para una... experiencia de aprendizaje significativo



En la Escuela, todo era normal. Por ejemplo, el horario de entrada, 6:30 a.m., lloviera, tronara o relampagueara, los niños, sus padres y docentes acudían a su cita mañanera, en el mismo punto, con los mismos afanes y quizás, preocupaciones también. Todos los días eran iguales, todos eran los mismos, todos eran “normales”. Hace un tiempo, en la Escuela, donde casi todo era rutinario, las clases, los recreos, los juegos… casi todo, surgieron tres figuras femeninas, docentes, madres, aventureras y apasionadas por esto de enseñar y aprender, que le imprimieron el color a este lienzo de paredes, niños y monotonía: María Ximena, Elga y Ana Lucía. Son mejor conocidas por sus estudiantes como las “profes”; hace un tiempo, se atrevieron a romper la rutina en su enseñanza. En este sentido decidieron denominar a su proyecto “Rompiendo la Ruta de la Rutina”. Aunque parecía más fácil decirlo que hacerlo, las tenaces maestras se fijaron un rumbo a seguir: enamorar a sus estudiantes, a los padres, enamorarse más ellas mismas de su labor y a otros, de las letras (para hablar y escribir), los libros y las lecturas de cualquiera de las áreas que a bien, impartían a los pequeños, mediando ante menudo desafío, el amor y la búsqueda de experiencias personales en otros ambientes, porque todo sabemos, como reza el dicho popular, “uno se hace el ambiente”.

Desde hace dos años, María Ximena, Elga y Ana Lucía, decidieron incursionar en un terreno desconocido, en un campo espinoso de incertidumbres y obstáculos que pareciera que nadie pudiera transitar: hacer de la lectura y la escritura una experiencia colectiva única. Sí, es cierto que todos los que de algún modo u otro aportamos algo a la enseñanza reconocemos el valor que envuelve leer y escribir, y nos esforzamos porque los niños y niñas aprendan significados, tiempos verbales y otras formas que enriquecen nuestro idioma… y todo eso está bien, pero pocos dan un salto de eso que llamamos “normal” o “¿formal?” a lo extraordinario, anormal o atípico.

A esta odisea de romper la ruta de la rutina se sumaron, años siguientes, otros personajes con sus singularidades: el bibliotecario escolar, padres de familia, los y las estudiantes maestros en formación de la Escuela, estudiantes de universidades reconocidas… y recientemente, otros docentes y líderes regionales de Colombia.

Y como todo lo que es revolucionario comienza con una idea, como la de hace un poco más de dos siglos, en Francia, cuando era manifiesto el hastío del sistema monárquico, esta idea, la de enamorar a niños y padres y a otros que quisieran ser seducidos por la lectura y la escritura mirada desde distintos prismáticos, inició con un “algo”. Ese “algo” que pudiera ser animado y transformado empleando la imaginación, el deseo y un lápiz. Es como surge el cuaderno viajero, idea esta que parte de pensar cómo conducir a los niños a leer comenzando con lo que es cotidiano. Aquí los padres cobran cierto protagonismo. Cada uno debía escribir sobre su hijo o hija, remembrar momentos especiales con ellos, escribiendo y leyendo lo especial que son y sobre cuánto los aman. Un ejercicio de escritura y lectura de dos, padres e hijos. Esto le da sentido a la primera parte del nombre de la idea: cuaderno, y el segundo, el de “viajero”, obedecía a que dicho objeto visitaba las casas de todos los estudiantes… todos.

A este escenario llegan después los juguetes de peluche, quienes revivirían en las narrativas fantasiosas de los niños de la Escuela con varios elementos particularmente sensibles, la de cuidar y desarrollar vínculos con aquella “mascota”. Uno de los personajes precursores de estas historias fue Chiquis Lindura, bautizado así por los pequeños de tercero, un pequeño tigre de felpa que visitó los hogares y recibió al afecto y la atención de sus familias anfitrionas. De allí, la escritura y la lectura iba cobrando más sentido para los niños y los padres. Un poco similar a la pregunta, ¿qué hiciste hoy? pero el plural, o sea, ¿qué hicimos? posteriormente plasmado con puño y letra por ellos, como quisieran hacerlo, sin normas u otros atavíos formales, a veces, como son las tareas en la Escuela.

Esta idea, los logros obtenidos en términos de lectura, escritura, afectividad e interés tenía que trascender. Es propio de nosotros, los humanos, querer emancipar nuestro legado y hasta mejorarlo. Saben, en la educación, esto tiene mucha importancia. En un momento de sus atareados días, no sabemos la hora ni el lugar con precisión, una de esas conversaciones sin fin en las que aquellas maestras se pensaban y se repensaban su quehacer, trataron de buscar la manera de hacer que el “conocimiento” retomara una mayor relevancia para ellos, curiosas mentes ávidas por aprender de otra manera, una más divertida y hasta vivencial, además de ayudar a otros que no avanzaban lo suficiente, que no podían, seguir el ritmo.

Esta otra inquietud que emergió durante el recorrido por la nueva Ruta, contraria a la rutinaria que vivían docentes, padres y niños, permitió que fueran las maestras las conductoras de un proceso que abarcó ahora, no solo el lenguaje y las habilidades comunicativas sino las ciencias, las matemáticas, la historia... leer, escribir y comprender de células, multiplicaciones y biografías, lo que todos conocemos como transversalización. Se entendió, entonces, que las dificultades, obstáculos y desafíos que los niños enfrentaban en su proceso lectoescritor no era solo cuestión de la enseñanza del lenguaje. Todas las áreas tenían que participar en la promoción de las prácticas de lectura y escritura, en casa, en el aula, en la biblioteca, en su cotidianidad (lo que también llamamos hoy, lectura en contexto).

Ya, a esta altura, aún sin la completa comprensión de sus colegas, las tres intrépidas maestras, María Ximena, Elga y Ana Lucía, siguieron contagiando y seduciendo con sus anormales ideas a otros actores educativos aquí y allá, queriendo demostrar que sí es posible educar con interés, creatividad y valor, esta vez, para trascender los muros físicos de la escuela y otros de tipo geográfico a través de la iniciativa “En-cartados por Colombia”, una estrategia que busca conectar al país, el país de los niños y niñas, de los maestros y maestras, de las experiencias pedagógicas, por medio de cartas, entre pares, con el fin de diversificar y acercarse a otros contextos, buscando la manera para rescatar la escritura y lectura de epístolas, arte en vía de extinción, que se constituya como experiencia personal y colectiva al mismo tiempo.

La idea que inició esta arriesgada apuesta por la educación ya dejó de serla. Ahora, es un proyecto intercultural, interinstitucional con carácter nacional que busca promover el intercambio de saberes, de experiencias y de visiones sobre la educación como medio para aprender, enseñar y comunicarnos, en todas sus formas, orales o escritas, es una clara manera de probar que si todos trabajamos para sacar adelante una idea, una que verdaderamente rompa los esquemas establecidos, rutinarios y aniquiladores de la pasión por enseñar, obtendremos lo que sin duda, muchos de los que estamos aquí presentes, con interés deseamos lograr: que la educación genere verdadera felicidad.